De la «eliminación de la comunicación verbal» y otros escalofriantes métodos de adiestramiento de niñ@s

A raíz del artículo sobre el uso del «muy bien» con l@s niñ@s, algunas seguidoras me han comentado una propuesta que circula por las redes sociales, la de sustituir esa expresión por una mirada, una sonrisa o una caricia.
Si el objetivo de quien condena sin posibilidad de apelación el uso del «muy bien» (incluso el uso moderado y razonado, que es el que se defiende desde la crianza respetuosa) es evitar que el/la niño/a se vuelva dependiente del reconocimiento de su madre/padre, ¿no se corre el riesgo de que acabe volviéndose dependiente de esa mirada o esa caricia?
¿No sería mejor, como propusimos, dotar de contenido el «muy bien» y los elogios en general, explicando al niño/a qué es lo que valoramos en ese momento y preguntándole cómo se ha sentido haciéndolo? Eso es algo que, incluso el artífice de la «teoría anti-muy bien», Alfie Khon, acepta.
Que cada uno/a saque sus propias conclusiones.

Ese método de la mirada o la sonrisa, que al fin y al cabo son gestos de aprobación, no deja de ser conductista, y por eso no en línea con la crianza respetuosa. Además presenta otra grave falla porque elimina algo fundamental en las relaciones humanas: la comunicación verbal.

Y me recuerda una triste anécdota relacionada con algo que me ocurrió cuando me estaba planteando volver al trabajo tras la excedencia.

Con mi pareja fuimos a visitar varias escuelas infantiles, buscando una que encajara con nuestro estilo de crianza. En todas nos recibieron con amabilidad, nos enseñaron las instalaciones y nos explicaron la metodología que aplicaban.
Una de las que más me impactó fue una escuela infantil concertada, con aulas grandes, limpias y luminosas, en la que aplicaban lo que definían «método de la eliminación de la comunicación verbal«.
La maestra no les hablaba a l@s niñ@s, solo se comunicaba con ell@s a través de gestos. Los miraba, les indicaba algo, a veces les tocaba el brazo o la espalda.
El resultado era una «perfecta» y silenciosa aula.
Mi pareja y yo presenciamos el momento en el que l@s peques tenían que recoger sus juguetes: la maestra se acercó a las cajas, poniendo en una de ellas un juguete. Tod@s es@s pequeñines/as de 2 años la imitaron y recogieron todo lo que había en el suelo y en las mesas.
Luego, siempre en silencio, salieron al patio a jugar.
Tod@s muy educados, obedientes y…tristes.
Por un momento me imaginé a mi hija en ese lugar. Ella es una niña alegre que no para de hablar. Obligarla a acudir a esa escuela habría significado apagar su espontaneidad y su sonrisa.
Y también pensé en los padres de es@s niñ@s. No estoy segura de que todos supieran lo que pasaba allí. O a lo mejor sí. La directora del centro intentó vendérnoslo como un método innovador y con resultados espectaculares.
No, gracias.
El desarrollo del lenguaje es una de las cosas que nos diferencia del resto de los animales.
¿A quién se le ocurrió ese método sin palabras, basado solo en miradas y gestos?
¡Y, aún más grave, aplicado a niñ@s que están en plena fase de aprendizaje y desarrollo del lenguaje!
L@s niñ@s necesitan abrazos, caricias y, por supuesto, también palabras de amor, de ánimo, de elogio. O se pasarán toda la vida buscando aquella aprobación y aquel cariño que no recibieron durante su infancia, convirtiéndose en adult@s insegur@s y con baja autoestima.

En la mayoría de los casos, lo que mejor funciona en temas de crianza es seguir nuestro instinto. A veces intentamos acallarlo para hacerle caso a improvisad@s gurús, y perdemos de vista las verdaderas necesidades de nuestr@s peques.

Las otras escuelas que visitamos no me transmitieron mejores sensaciones.
En una aparacaban a l@s niñ@s viendo Peppa Pig durante el almuerzo; en otra se les negaba a los padres el acceso al interior de la escuela y tenían que dejar a l@s peques en la puerta; en otra, con la excusa de fomentar la autonomía, nos facilitaron un listado de cosas que hacer/no hacer en casa (no al colecho, interrumpir la lactancia materna, entrenamiento para el control de esfínteres).
En otra escuela, de la cual me habían hablado maravillas, con huerto y cámaras de vigilancia (los padres se podían conectar a ellas desde su propio ordenador), llegué a la hora del recreo. Había tres maestras sentadas al sol, que charlaban entre ellas. Al parecer fui la única que se fijó en un niño que estaba solo en una esquina del patio, llorando. No sé si las cámaras de seguridad habrán enfocando esa escena..
Por no hablar de las ludotecas: visité una que me había causado incluso una primera buena impresión porque el trato hacia l@s niñ@s parecía respetuoso. Por casualidad, pasé por allí unos días más tarde y escuché a una maestra gritar de forma muy desagradable a l@s niñ@s y, en respuesta, muchos llantos. Descartada.
Por eso, cuando me preguntan si considero necesario que l@s niñ@s vayan a la escuela infantil, estoy con Carlos González: solo si resulta estrictamente necesario para los padres. Porque l@s niñ@s lo único que necesitan es estar cerca de su(s) figura(s) de apego, sobre todo durante los primeros años de su vida.
Hay miles de ocasiones para que se relacionen con otr@s niñ@s: además de los parques, existen muchas actividades que l@s niñ@s y sus padres pueden hacer juntos. Nosotras elegimos yoga y talleres musicales pero hay decenas de propuestas interesantes (natación, talleres sensoriales, talleres de masajes, etc.).

 

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