
Había una vez una familia de caracoles
que vivía en una jugosa col.
La recorrían lentamente con sus casas a cuestas
en busca de una hoja tierna que mordisquear.
que vivía en una jugosa col.
La recorrían lentamente con sus casas a cuestas
en busca de una hoja tierna que mordisquear.

La vida de esta familia de caracoles transcurría plácida y tranquila entre las hojas de una col, su única fuente de nutrición.
Un día, el pequeño caracol, reveló a su padre que su mayor deseo era tener una casa enorme, la más grande del mundo.
Su padre, el caracol más prudente y sabio de toda la col, le contestó sin rodeos que algunas cosas es mejor que sean pequeñas.
Le contó así la historia de un pequeño caracol que, sin hacer caso de los consejos de su padre, encontró la manera de hacer crecer su casa, enroscándose y estirándose. Soñaba con tener la casa más grande del mundo. Poquito a poco consiguió que su casa adquiriera las dimensiones de un melón, incluso aprendió a hacerse crecer salientes puntiagudos y consiguió decorarla con colores brillantes.
Estaba muy orgulloso de su casa, tan grande y llamativa, algo único que lo diferenciaba de todos los demás caracoles. Los demás animales se sentían confundidos al verla: a algunos les parecia una catedral, otros la comparaban con una tarta de cumpleaños.
Un día, el pequeño caracol, reveló a su padre que su mayor deseo era tener una casa enorme, la más grande del mundo.
Su padre, el caracol más prudente y sabio de toda la col, le contestó sin rodeos que algunas cosas es mejor que sean pequeñas.
Le contó así la historia de un pequeño caracol que, sin hacer caso de los consejos de su padre, encontró la manera de hacer crecer su casa, enroscándose y estirándose. Soñaba con tener la casa más grande del mundo. Poquito a poco consiguió que su casa adquiriera las dimensiones de un melón, incluso aprendió a hacerse crecer salientes puntiagudos y consiguió decorarla con colores brillantes.
Estaba muy orgulloso de su casa, tan grande y llamativa, algo único que lo diferenciaba de todos los demás caracoles. Los demás animales se sentían confundidos al verla: a algunos les parecia una catedral, otros la comparaban con una tarta de cumpleaños.

Pero los inconvenientes de tener una casa tan voluminosa no tardaron en
hacerse notar: cuando las hojas de la col en la que vivía el caracol con su familia terminaron, el pequeño caracol no fue capaz de arrastrar su casa en busca de comida…
El pequeño caracol entendió claramente la moraleja de la historia contada por su sabio papá y, a partir de aquel día, valoró mucho su pequeña casa, sobre todo durante sus largos viajes por el mundo…
hacerse notar: cuando las hojas de la col en la que vivía el caracol con su familia terminaron, el pequeño caracol no fue capaz de arrastrar su casa en busca de comida…
El pequeño caracol entendió claramente la moraleja de la historia contada por su sabio papá y, a partir de aquel día, valoró mucho su pequeña casa, sobre todo durante sus largos viajes por el mundo…

Un cuento sobre el valor de la humildad, la sencillez y la prudencia. Nos hace también reflexionar sobre los problemas que pueden acarrearnos algunos de nuestros deseos. El padre del pequeño caracol, que tiene más experiencia, consigue hacer entender a su hijo que no siempre las cosas grandes son las mejores. Una casa grande limitaría los movimientos del caracol y, en definitiva, su libertad.
Una metáfora sobre el materialismo y el consumismo que nos mantienen anclados y nos hacen exclavos de las cosas; el deseo de poseer más que el resto no permite disfrutar de lo que tenemos y de lo que de verdad importa.
El autor nos sorprende una vez más con sus personajes singulares, inspirados por las vivencias de su infancia y su gran amor hacia los animales. En su autobiografía, Leo Lionni cuenta que, de pequeño, observaba los caracoles que tenía en un terrario, fascinado por el pequeño universo de esos animalitos.
Las ilustraciones son muy realistas, de colores vivos sobre fondo blanco y cuentan lo que el texto no dice, resultando perfectamente complementarias.
Del mismo autor no puedes perderte «Pequeño azul y pequeño amarillo» y «Don caballito de mar (desplegable)».
Una metáfora sobre el materialismo y el consumismo que nos mantienen anclados y nos hacen exclavos de las cosas; el deseo de poseer más que el resto no permite disfrutar de lo que tenemos y de lo que de verdad importa.
El autor nos sorprende una vez más con sus personajes singulares, inspirados por las vivencias de su infancia y su gran amor hacia los animales. En su autobiografía, Leo Lionni cuenta que, de pequeño, observaba los caracoles que tenía en un terrario, fascinado por el pequeño universo de esos animalitos.
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Buenas tardes !!! Me encantaa . Participo
Face: Fina Benavides
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que chulo!! participo como belen rufas abenia en fb
Participo, gracias
Participo! Zoraida Pe